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Una reseña sobre "La desaparición de los rituales. Una topología del presente" de Byung-Chul Han.

Byung Chul-Han, filósofo y teórico alemán contemporáneo de origen norcoreano, nos hace la entrega de un ensayo más de un variado abanico de reflexiones que, a grandes rasgos, giran globalmente en su preocupación por lo que actualmente enfrenta la humanidad frente a las fuerzas neoliberales de producción impulsadas por el capitalismo en nombre del progreso. En esta nueva entrega, La desaparición de los rituales. Una topología del presente, de la colección “Pensamiento Herder”, Han, nos conduce a explorar que los rituales son constitutivos de un fondo de contraste que servirá para trazar los contornos de nuestra sociedad. Esbozando una genealogía de la desaparición de los rituales, va perfilando las patologías del presente y la erosión de la comunidad donde su tesis principal es que la totalización de la producción profana la vida. Asimismo, va reflexionando sobre otros estilos de vida que podrían liberar a la sociedad del narcisismo colectivo.

En el primer apartado, Presión para producir, el autor define los ritos como acciones simbólicas que trasmiten y representan valores y órdenes que mantienen cohesionada a una comunidad creando una comunidad sin comunicación, puesto que las acciones simbólicas, se asientan como significantes que permiten que una colectividad reconozca su identidad. Los rituales hacen posible un habitar en el tiempo, un instalarnos en un hogar estabilizando la vida gracias a su repetición puesto que esta es una técnica cultural de atención profunda, en la que sobresalen los símbolos de relación, totalidad y salvación en una forma pactual y de alianza comunitaria que generan el olvido de sí mismo generando una comunidad de resonancia que es capaz de armonía. A esta comunidad armónica le es inherente una dimensión corporal porque hay una comunicación corpórea, hay un ritual de acuerpación armónica.

No obstante, según la mirada de Han, los rituales van desapareciendo en el mundo contemporáneo regido por la lógica neoliberal, en la que existe una presión para producir que priva a las cosas de su durabilidad porque las consumimos en vez de usarlas y este consumo intensifica la referencia narcisista. El consumo crea la presión para producir, para la innovación que nos aleja de las repeticiones que nos ayudan a instalarnos en un hogar, y nos crea la necesidad de lo nuevo (progreso), y ello es una expresión de la rutina que nos lleva al consumo de nuevos estímulos y vivencias. Bajo esta premisa, el creciente narcisismo contrarresta la resonancia y la armonía da paso a la empatía la cual, siendo esta un eficiente medio de producción, solo posible en una sociedad atomizada donde desaparece el ritual de acuerpación porque no hay comunicación corpórea. En el mundo digital de las redes sociales, por ejemplo, no existe una acuerpación comunitaria, sino una producción de sí mismo; nos autoproducimos para llamar la atención.

En el segundo apartado, Presión para ser auténtico, Byung-Chul Han nos habla sobre la propia identidad, la cual debería tener una dimensión social y no egocéntrica y narcisista regida por la lógica neoliberal. A este respecto, Han, enuncia a la sociedad de la autenticidad, como él le llama, como una sociedad de la representación visibilizando que, a partir de la auto-representación, el auto-culto y la auto-referencialidad, nos convertimos en producto del mercado neoliberal y nos producimos a nosotros mismos atomizando a la sociedad, de tal manera que la libertad y la auto-realización son el vehículo eficaz de auto-explotación. La sociedad de la autenticidad es una sociedad de la intimidad y el desnudamiento porque se busca mostrarse con autenticidad, ya no hay una forma ritual de interacción con la sociedad, son las pasiones y las emociones las que predominan en la autenticidad desvaneciendo las formas, los gestos y lo lúdico desvaneciendo la cortesía. La autenticidad narcisista desencanta el mundo, el arte desapareciendo los ritos y ceremonias profanando la vida y perdiendo toda magia.

Ante la presión para ser auténtico, Han nos recuerda la teatralidad como forma de gestos rituales que dan significado a las relaciones públicas en las que la cortesía y la sociabilidad tienen un componente de espectáculo, pero a la vez misterio y velación. Los sentimientos y el pensamiento dan cuerpo a las formas y a los gestos rituales. En la sociedad de la autenticidad las acciones son guiadas desde dentro y son guiadas por motivaciones psicológicas. En la sociedad ritual son las formas externalizadas de interacción las que determinan las acciones como en la sociedad del siglo XVIII; por ejemplo, el uso de la peluca enmarcaba el rostro haciéndolo teatral donde los hombres se enamoraban realmente de presentaciones escénicas. El propio rostro se convertía en escenario en el que se representaban diversos caracteres con ayuda de pecas de belleza. Una peca puesta en el rabillo del ojo significaba pasión; en el labio inferior indicaba que su portadora no se andaba con rodeos. Todo ello es todo lo contrario de esa faz o face que hoy se exhiben en redes sociales como Facebook donde simple y llanamente hay una producción de sí mismo y una desnudez para mostrarse con autenticidad donde no hay festividad y magia. Los rituales y las ceremonias, los gestos la cortesía y la sociabilidad son actos genuinamente humanos que hacen que la vida resulte festiva y mágica.

En el tercer apartado, Han nos habla de los Ritos de cierre como formas que configuran las transiciones esenciales de la vida, por ejemplo, la narración es una forma de cierre porque tiene comienzo y final. Un demorar contemplativo es capaz de clausurar como el acto de cerrar los ojos, pero a su vez en el silencio y en la permanente repetición de la narración se crea una comunidad sin comunicación, sin intervención y sin necesidad de producir. Los ritos de paso estructuran la vida como si fueran sus estaciones a través de umbrales, en este sentido la muerte no es estrictamente un final ni una pérdida, sino es imaginada como un nuevo comienzo en el que se cruza a través de un umbral.

Una proliferación adiposa de información y comunicación es el imperativo neoliberal de optimización y rendimiento que no permiten finalizar nada e incrementa la productividad. Todo es provisional e inacabado. El narcisismo es una falta de capacidad para finalizar que pareciera que las metas no son metas, sino motivos para continuar autoproduciéndose. Los umbrales son demolidos para favorecer una comunicación y una producción aceleradas sin fisuras, sin un demorar contemplativo donde no hay finales ni nuevos comienzos, sino constantes y rápidas vías de paso.

Con el cuarto apartado, Fiesta y religión, el pensador alemán retoma la importancia del reposo, el descanso, la contemplación y el silencio como elementos constitutivos de los rituales de la fiesta y la religión. El Sabbat nos indica que el reposo es contemplativo; que la quietud y el silencio son esenciales para la mirada religiosa: fijar la atención de una manera profunda. El séptimo día en la creación, no es un descanso después del trabajo, sino que es en el séptimo día donde se consuma la creación en la contemplación profunda; es un día de fiesta y reposo donde la fiesta como juego de la vida es la forma intensiva de la vida misma. El tiempo festivo es un tiempo detenido, descanso y reposo porque la fiesta es el fin en sí mismo; no nos dirigimos a ningún lugar porque ello implicaría el transcurrir del tiempo. El arte consiste en otorgar durabilidad a la vida por cuanto que se contempla el arte y el tiempo se detiene y se entra en silencio.

La presión para comunicar conduce a que no podamos cerrar los ojos ni la boca, por tal, tampoco entrar en silencio. El reposo y el silencio no tienen cabida en el mundo digital y el Big Data. El descanso se entiende como extensión del trabajo, por tanto, es su continuidad y la presión por producir se perpetua y desaparece el reposo sagrado, la fiesta. El trabajo aísla y la fiesta congrega. El trabajo profana la vida por cuanto hace que el reposo como su continuidad pierda su plusvalía ontológica y el régimen neoliberal totaliza la producción. En este sentido el capitalismo no puede ser considerado una religión porque elimina todas las diferencias al totalizar lo profano. En virtud de la creciente presión para producir y para aportar rendimiento es una tarea política hacer un uso lúdico de la vida, hacer de la vida un juego y recobrar el reposo contemplativo.

En el quinto y sexto apartado, Juego a vida o muerte y Final de la historia, respectivamente, Han, expone el juego como soberano y revela un alma que está por encima de las preocupaciones de la utilidad donde no hay producción no hay trabajo y es el fin de la historia. Distinguen dos tipos de juego, el fuerte y el débil. El primero anula y supera la economía del trabajo y la producción, pone la vida misma en juego como en las sociedades arcaicas que, a través de rituales ceremoniales, el rey ponía en juego su corona. Una multitud de combatientes se reunían para defender a su rey poniendo en juego su vida. La proeza de los combatientes radica en mostrar su valor al mundo entendiendo la muerte como intensidad vital en la que se declara sagrada la vida. Aquello que es sagrado presupone la renuncia a la producción que profana la vida. La muerte no es una pérdida ni fracaso, sino una expresión de vitalidad, fuerza y placer extremos, por tanto, el arte de vivir se convierte en un suicidio, una praxis de darse a uno mismo a la muerte, de vaciarse así mismo de psicología, en fin, es una praxis del jugar.

Es en el juego débil donde la sociedad ha convertido lo útil en principio dominante y que se amolda la lógica neoliberal de la producción, ya que sirve para descansar del trabajo. A diferencia de los guerreros arcaicos los soldados de hoy son siervos, por eso a diferencia del guerrero tiene miedo a la muerte; arriesga su vida a cambio de un sueldo, es un trabajador, un asalariado; no juega porque su lógica es la producción que se orienta a la utilidad de la, el rendimiento que declara como valor absoluto la mera vida, la supervivencia. La presión por producir destruye la soberanía como forma de vida, por tanto, la sociedad de la producción le tiene miedo a la muerte.

El hombre tiene historia porque trabaja; el trabajo impulsa la historia. El final del trabajo significaría el final de la historia. Han, suprime la animalidad del hombre al final de la historia y la imagina junto con Kojève donde el final de la historia se ubica en un Japón totalmente determinado por los rituales donde el hombre no lleva una vida animal sino ritual. La sociedad poshistórica lleva aparejada una estetización sin escrúpulos, una formalización estética de la vida.

En su séptimo apartado, El imperio de los signos, el autor resalta la importancia del uso lúdico del lenguaje en virtud de que este, hoy día, sólo hacemos que trabaje; se obliga a trasmitir informaciones o a producir sentido. De esta manera el lenguaje no seduce y carece de esplendor. La búsqueda de significados hace al lenguaje trabajador e informativo para producir significados. Hay una cultura de del significado vs cultura significante.

El principio poético devuelve al lenguaje su gozo al romper radicalmente con la economía de la producción de sentido porque lo poético no produce. Precisamente los rituales se caracterizan por un exceso de significante porque los signos vacíos se prestan para el juego. La liturgia del vacío pone fin a la economía capitalista de la mercancía. El imperio de los signos no esta sometido a la ley, sino a las reglas y las formas, a significantes sin significados, por tanto, no pierden su misterio. La cortesía como forma ritual carece de corazón y no anhela ni desea nada. Un regalo como significante sin significado es pura intermediación, puro don. Un imperio ceremonial de los signos podría liberar a la sociedad del narcisismo, pues el yo se asume en el juego ritual de los signos, de las formas.

En el octavo apartado, Del duelo a la guerra de drones, sin hacer apología de la violencia, Byung-Chul-Han expone como ha evolucionado la forma de hacer las guerras bajo la lógica neoliberal de producción, incluso desapareciendo los rituales arcaicos de los combates. En las guerras arcaicas hay rituales de formalidad y cortesía. Existen reglas, que lejos de parecerse al tratado de Ginebra, establecen reglas de “juego”, en las que se establecía tiempo, un lugar específico para el combate y ciertos rituales. Las guerras eran vistas como una forma distinta de hacer política, pero además estas guerras garantizaban que después siguiera habiendo espacio para la misma política, por tanto, estas guerras no eran totalizadoras. En los combates está en juego la vida donde la finalidad no es matar al otro, sino mantener el honor arriesgando la propia vida. En el duelo hay adversarios más no enemigos. La guerra era un duelo ritual.

En las guerras modernas hay matanzas sin reglas donde la pura violencia destruye el espacio de lo político, son una batalla de producción. No hay adversarios sino enemigos que vencer y destruir. La guerra de drones lleva las aguerras a asimetría extrema por cuanto en desventaja. Lleva a las guerras modernas a la lógica neoliberal de producción: quien mata más hombres desde un monitor como pilotos o drones. Es una guerra productora de muerte. No hay lugares específicos de combate, se mata a diestra y siniestra.

Del mito al dataísmo como noveno apartado, es una forma de evidenciar cómo la trasmisión de saberes y conocimiento son parte de la maquinaria de producción. En la antigüedad existían duelos rituales de enigmas que es donde se inicia la filosofía. Aquellos problemas cosmológicos que se presentan en formas de enigma se resolvían en formas de mito. Había un carácter agonal (juego y competencia) en la filosofía. El pensar se revestía de figuras y tenía un carácter lúdico en la retórica.

Hoy, la trasmisión de saberes pasa a ser un trabajo. El sujeto humano es el amo de la producción de conocimiento, sin embargo, hoy el hombre está siendo reemplazado por un giro dataísta. El hombre abdica como productor de saber y entrega su soberanía a los datos. Ahora el saber es producido maquinalmente. Los dataístas afirmarían que el hombre inventó el pensamiento porque no puede calcular con bastante rapidez, y que al final el pensamiento habrá sido sólo un breve episodio. El Big Data genera un saber dominador que hace posible intervenir la psique humana y manejarla. El cálculo está al desnudo y es pornográfico.

En el último apartado, De la seducción a la pornografía, Han nos presenta el contraste ritual de la seducción y la pornografía como consumo inmediato. Esta acaba sentenciando el final de la seducción y erradica totalmente al otro. El placer pornográfico es narcisista; surge del consumo inmediato del objeto que se ofrece sin velos, sin misterio. El proceso de rendimiento afecta también al sexo reduciendo el cuerpo a una función convirtiéndolo en una maquinaria sexual. La libido, que representa el fenómeno del capital en el cuerpo, es hostil al juego, al ritual; hay una desesperación consumista de poseer. La pornografía es un dispositivo neoliberal por cuanto busca la producción-consumo en exceso. Han usa el termino Carografía que es la radicalización de la pornografía. Lo que destruye la sexualidad no es la negatividad de la prohibición o el tabú de la abstinencia sino la positividad de sobreproducción.

El poder de la seducción es un juego abierto donde la seducción presupone una distancia escénica y lúdica que conduce lejos de la propia psicología. La seducción es provocativa y poética porque está llena del misterio significante sin significado. La erótica como seducción es algo distinto de la intimidad del amor porque no se consuma, sino que arrastra a las fronteras entre la seducción misma y la intimidad del encuentro, todo ello cargado de un ritual ceremonial de provocativos instantes que suspenden el tiempo en la fantasía constitutiva para imaginar al otro. El cuerpo ritualizado es un fastuoso escenario en el que se quedan consignados secretos y divinidades.

En general, La desaparición de los rituales es una crítica al mundo contemporáneo que, en su afán de progreso, consciente o inconscientemente, ha conducido a la humanidad a una desaparición en esencia de sus más sublimes constitutivos espirituales. De fondo hay una invitación a reflexionar sobre cómo evitar que los medios de producción desde los laborales, informativos, consumistas y narcisistas, nos lleve a la propia extinción. Se visibiliza una humanidad sumida en la depresión por la insatisfacción de rendimiento, dada la demanda de producción a la que ella misma se ha sometido. Contrariamente a un mundo civilizado, caminamos en un retroceso patológico esquizofrénico en donde la gran contribución que hace el autor es poner en la mesa de discusión el Big Data como parte de la lógica neoliberal de producción. Aprehendidos en el mundo digital a través de las redes sociales y el wiki, nos convertimos en humanoides aislados cuasi inteligencias artificiales donde la vida comunitaria del contacto, de las formas, de la cortesía, del encuentro ya no forman parte de la sociedad del cansancio. Tal vez debamos recurrir a la ritualidad del arte, de la poesía, del misterio para redimir lo que de humanos aún hay en nosotros.

 
 
 

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