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El Sol en sus ojos. Mujer, cuerpos en resistencia.

El Sol en sus ojos. Mujer, cuerpos en resistencia.


“Lo personal sigue siendo político.

La feminista del nuevo milenio no

puede dejar de ser consciente de

que la opresión se ejerce en y

a través de sus relaciones más

íntimas, empezando por

la más íntima de todas:

La relación con el propio cuerpo”.

GERMAINE GREER


Sol recuerda haber tenido entre veintiuno y veintidós años cuando una de tantas menstruaciones, que como cualquier mujer vive cada mes, la llevó a tener una experiencia traumática llena de dolor y que la trataran de loca.


En enero del 2006 trabajando como promotora de lácteos en una tienda de autoservicio me designaron para prestar apoyo en otra compañía en un marca de congelados. Como en cualquier otro mes me encontraba en mi periodo menstrual y todo parecía marchar como de costumbre; sin embargo, tengo presente que en ese momento yo me encontraba manipulando producto sobre un pasillo próximo a una cámara frigorífica, y como constantemente abrían sus puertas para retirar alimentos congelados, el frío me daba directamente en mi espalda y mi dolor menstrual se acentuaba y cada vez más sentía que se me abría la cintura. Por el tipo de ambiente laboral, la estrechez de esos espacios y la cantidad de gente que circulaba en esa área me irrumpía una pesadumbre embarazosa y cada que me venía un ‘bajón’ pensaba en el momento en que se pudieran manchar mis prendas y que llegara a notarse. El asedio de todo eso era continuo cuando… repentinamente, sentí unos cólicos demasiado fuertes, de esos que te dejan incapacitada para moverte, para respirar, y más aún, parecían rebasar el umbral del dolor.


Pero ¿qué me sucede? ¡Estos cólicos son horribles, horribles!... Nunca los había sentido con tal intensidad. Necesito tomar algo ¿La farmacia? ¡Sí! Aquí hay una farmacia.


En ese momento ya me encontraba sudando a raudales y el miedo me invadió, estaba nerviosa y, en mi camino hacia la farmacia que se encontraba dentro del mismo establecimiento, sentía una profunda desesperación. Inmutada por la intensidad del dolor el trayecto parecía aletargarse y una sensación de angustia me recorría como un alma solitaria en un bosque en medio de la noche.


Ahí está el mostrador. Por fin he llegado ­­­­­–Me das una caja de ‘espasmo-cibalgina’--.


Entre mi aflicción inmediatamente ingerí dos tabletas de aquel paliativo. El dolor me incapacitaba para seguir de pie, mis piernas me temblaban y sentía desmayarme. Mientras esperaba un efecto de alivio mi hora de comida ya estaba próxima, y mientras tanto, me dirigí al comedor. Cada paso que daba era una constante espasmódica que se conjugaba con el murmullo de la gente como una sinfónica desentonada, hasta que finalmente pude llegar. Mientras me apropiaba de una mesa, noté que el dolor no cedía, sino todo lo contrario.


No soporto este dolor. Tomaré una dosis adicional.


Mientras ingería más ‘cibalgina’, sentí la mirada insistente de alguien que estaba en la mesa contigua. Con cierta discreción y abrumada por mi estado, volteé la mirada. Era el gerente de aquel autoservicio quien me miraba en el momento en que, impacientemente, engullía casi por completo el blíster de tabletas. En su mirada se notaba una extrañeza como quien ve a un enfermo mental; mi sospecha no era equivocada. El gerente tomó su radio-comunicador y…


—Supervisor del departamento de lácteos, favor de presentarse de inmediato en el comedor— Habiendo llegado mi supervisor, quien también era mi amigo, éste le preguntó al gerente qué sucedía a lo que el gerente respondió de manera increpante: —Esta mujer no está bien, ¿pueden revisar si tiene algún problema mental? Acaba de ingerir desesperadamente una cantidad considerable de unas pastillas—. En aquel instante quedé petrificada y mi mente no daba crédito ante tal escenario. Desconcertado, mi supervisor me llamó y me preguntó: —¿Qué sucede, Sol? Tu rostro está enrojecido y de momentos parece empalidecer—. Frustrada e incómoda, muy incómoda, estaba frente a una situación marcada por los tabúes, los prejuicios, la ignorancia. A pesar de tener cierta apertura para estos temas, por cada palabra que pronunciaba, como un camaleón, sentía que cambiaba de colores mi rostro, sudaba frío y podía percibir cual sensor de movimiento cada palpitar patente en mi cuerpo. Hundida en múltiples sensaciones le expliqué mi situación. El gerente ojiplático y atónito frente a mis palabras se tornó apenado por cómo me había juzgado, no obstante, la predisposición de los varones para emitir juicios hacia las mujeres consideradas como inferiores casi siempre trae consigo la ponzoñosa costumbre destructiva.


Jesús, mi supervisor y amigo, perturbado por no saber cómo manejar semejante situación sólo pudo decirme: —Deberías asistir al médico, Sol—. En mí estaba latente la vergüenza y la humillación de ser tratada como si estuviera loca; impotente de no poder retirarme a casa porque en aquel entonces, aunque no vivía una situación de precariedad, dependía completamente de ese trabajo para sustentar mi manutención. Y en un mundo regido por varones era evidente que no me permitirían irme por un “simple” periodo menstrual agravado por diversas circunstancias.


* * *


Con el paso de los años y la vida cotidiana, Sol parecía vivir con resignación cada episodio menstrual según su intensidad y, como cualquier otra mujer, el curso de su existencia corría ‘sin pena ni gloria’. Pero a pesar de ello, la experiencia que relató fue la más emblemática y, aunque aparentemente solo fue eso, surgían dudas sin respuesta sobre el periodo menstrual. Dudas todas ellas relacionadas a diversos factores que, en términos existenciales, se plantea una mujer con el tiempo. Entonces, Sol consideró imperiosamente necesario entender su cuerpo, conocer las causas reales de toda sintomatología menstrual y porque, además, en ella había una peculiaridad: comenzó a ovular a los 8 años, evento que puso énfasis en su ya imprescindible deseo por aprender. Su intuición le decía que debía haber un explicación para todo ello, aunque había momentos en que dudaba y se cuestionaba:


¿Realmente es indispensable conocer sobre todo eso? ¿No es una pérdida de tiempo querer ahondar sobre una situación de índole “natural”? ¿Conocer y entender atenuará mi dolor o el de otras mujeres? No lo creo, han transcurrido 35 años de mi vida y todo sigue igual. No hay nada que pueda revertirlo.


No obstante, Sol comenzó a buscar información en la web y redes sociales, sin embargo, lo que ahí se encuentra referente al tema, o no son contenidos de calidad o cualidad educativa o simplemente es difusa. Empero, en su insistencia coincidió con una página de Facebook de nombre “Menstruita”, creada en 2018 por Cristina Torrón Villalta, oriunda de Barcelona, España, quien como ilustradora y realizadora multimedia encamina a adolescentes en la ‘educación sexual, menstrual, emocional y feminista para niñas’ (Así reza su descripción). Aunque el proyecto le pareció interesante y descubrió algunas cosas de importancia, no le satisfizo. Aún cuando no podía encontrar respuestas, en esa misma página de Facebook conoció a una chica de nombre Victoria, activista feminista, con quien comenzó a interactuar en comentarios y posteriormente en charlas privadas.


La química que se fue dando entre nosotras fue estupenda. Aunque ella es mucho menor que yo, hablábamos sobre diversos temas y existía un puente de comprensión mutuo. En virtud de la confianza y las experiencias de vida compartidas, Victoria me comenzó a hablar sobre el feminismo. Fue en una de esas charlas donde la escuché hablar de la feminista y filósofa existencialista Simone de Beauvoir cuando se refirió a su famoso libro, “El segundo sexo” escrito en 1949 el cual, según mi amiga Victoria, es un ensayo filosófico que analiza el hecho de la condición femenina en las sociedades occidentales desde múltiples puntos de vista: el cultural, el psicológico, el sociológico, el ontológico, el histórico y el científico, y que a grandes rasgos la tesis principal de la autora es que “no se nace mujer, sino que se llega a serlo. Ser mujer es un constructo socio-patriarcal basado en un determinismo biológico y no un ser en devenir”.


¿Qué significa eso del ‘determinismo biológico’ y qué hay detrás de ello?


* * *


Intrigada por aquella descripción que su amiga Victoria le daba de aquel libro, Sol decidió adquirirlo. Al ver las dimensiones y la cantidad de páginas, 832 para ser exacta, nunca imaginó tal magnitud. Eso le parecía más interesante. Lo que Sol nunca se imaginó es que en las primeras páginas encontraría, tal vez, algunas respuestas a sus dudas sobre el tema de la menstruación que, en determinados momentos de su vida, eran ciertamente complicados.


Al llegar a su apartamento con “El segundo sexo” entre sus brazos, Sol preparó un sofá que utilizaba para descansar o leer alguna novela, encendió una lámpara de luz cálida y exquisita, y como desde niña es amante de la música clásica, se dispuso a escuchar la clásica obra musical para orquesta de cuerdas interpretada por el chelista croata Stjepan Hauser: “Adagio for Strings” de Samuel Osmond Barber. En la quietud de tan bella melodía, y con la obra de Simone de Beauvoir en sus manos, comenzó a leer el primer capítulo: “Los datos de la biología”. En la cadencia de cada nota musical y cada línea trazada por Simone de Beauvoir, Sol comenzó a experimentar un Kairós, un instante en el que el tiempo se suspende para adentrarse en la infinitud de un momento oportuno. La tenue luz de día que atravesaba los delgados pliegues de las persianas de su apartamento permaneció inmóvil y moderada, acoplándose a la cálida luz de la lámpara. Sol se adentró en una onírica lectura y por cada serie de oraciones y párrafos, parecía tener un diálogo directo con Simone de Beauvoir…


—Entiendo cada palabra de lo que dices y comprendo lo que pudiste sentir —arguyó Simone al escuchar el relato de Sol— Por difícil que parezca asimilar, me gustaría comenzar diciendo que, desde nuestro nacimiento, la especie humana ha tomado posesión de nosotras y trata de afirmarse.

—¿Cómo es eso posible? —Replicó Sol sorprendida ante semejante afirmación— ¿Podría ser más explícita, profesora?

—Mi querida Sol. Olvida los formalismos y llámame solamente Simone.

Sol asintió con un gesto de confort.

—Al venir al mundo —continuó Simone— nosotras las mujeres atravesamos una especie de primera pubertad. Los ovocitos, que no son otra cosa que células germinales, engordan repentinamente y el ovario se reduce en una quinta parte aproximadamente.

—Es decir…

—Es como si se nos hubiera concedido un tregua cuando somos niñas antes de comenzar nuestro periodo menstrual. Mientras nuestro organismo se desarrolla, nuestro sistema genital permanece prácticamente estacionario.

—Quiero entender algo —dijo Sol mientras se levantaba del sofá para ofrecer una copa de vino a Simone— ¿Me estás tratando de insinuar que hay una provisión de ovocitos desde nuestra vida embrionaria y que mientras somos niñas y nos desarrollamos la ovulación está detenida?

—¡Exacto!

—Tengo Merlot y Malbec, ¿Cuál prefieres?

—Prefiero Malbec.

Al trinar de las copas Simone de Beauvoir continuaba su disertación.

—Es en la pubertad cuando la especie reafirma sus “derechos”. Dicho en términos científicos, por influencia de nuestras secreciones ováricas, aumenta el número de folículos en vías de crecimiento, el ovario se congestiona y aumenta de tamaño; uno de los óvulos llega a su madurez y se abre el ciclo menstrual. Nuestro sistema genital adopta su volumen y forma definitivos, el soma se feminiza.

—Simone —Interrumpió Sol— ¿De qué manera la especie reafirma sus “derechos”? O dicho de otra manera ¿Cómo respondemos nosotras ante semejante fenómeno, es decir, el menstrual?

—Querida, este acontecimiento adopta la forma de una crisis. Nuestro cuerpo no deja a la especie instalarse en nosotras sin oponer resistencia.

—Me parece que nosotras las mujeres siempre estamos en resistencia ante todo aquello que implique una dominación de cualquier índole sobre nosotras —replicó Sol con voz firme.

—Total y absolutamente —Respondió Simone— Cualquier tipo de resistencia ejercida por nosotras las mujeres implica un peligro, y en el tema que nos concierne no es la excepción. Al resistirnos ante la instalación de la especie, libramos un combate que nos pone en peligro. Pueden aparecer enfermedades como la clorosis, tuberculosis, escoliosis, osteomielitis, etc. En algunas la pubertad es anormalmente precoz: puede producirse hacia los cuatro o cinco años. En otras puede nunca ponerse en marcha: queda infantil. Algunas mujeres presentan rasgos viriles: un exceso de secreciones elaboradas por las glándulas suprarrenales les da caracteres masculinos.

—¡Vaya complicación! He de decirte, Simone, que mi periodo menstrual comenzó a los 8 años. Y aunque ahora, a partir de todo lo que me describes, comprendo esta especie de calvario que llega como factura mensual de arrendamiento, y me queda claro que, a pesar de tal resistencia, no hay modo de escapar de la tiranía de la especie porque esclaviza la vida individual de nosotras las mujeres.

Mientras Simone vertía más vino en las copas se originaba un sonido especial muy diferente al que hacen el agua o el aceite por su distinta viscosidad, y como dos enoturistas expertas, ambas hacían un breve pausa y disfrutaban de aquel sonido que sinfónicamente se sincretizaba con la suave música del chelista. Era un momento oportuno creador de un ecosistema de diálogo en libertad.

—Muchas de las secreciones ováricas tienen su finalidad en la maduración del óvulo y en la adaptación del útero a sus necesidades —Continuaba Simone— Todo ese conjunto del organismo es un factor de desequilibrio más que de regulación. La mujer está adaptada a las necesidades del óvulo más que a ella misma. De la pubertad a la menopausia hay una etapa en la historia de su cuerpo que se desarrolla en ella y que no la implica personalmente, es decir, no es invitada sino forzada, por lo tanto, no hay en el ciclo menstrual ninguna finalidad individual, siempre va acompañada cada mes con dolor y sangre.

—¡Decírmelo a mí que llevo 27 años de mi vida con ese dolor y sangre!— Expresó Sol con voz suave pero firme mientras sostenía la copa cerca de su boca después haber ingerido un sorbo de vino, a la vez que su mirada estaba fija como viendo al horizonte, como meditando todo aquello que salía de los labios de Simone de Beauvoir.

—Durante catorce días aproximadamente, uno de los folículos que envuelven los óvulos crece en volumen y madura mientras que el ovario segrega la hormona situada en los folículos. En el día catorce se realiza la puesta: la pared del folículo se rompe, lo que supone a veces una ligera hemorragia, el óvulo maduro cae en las trompas de Falopio mientras que la cicatriz del folículo que ha sido abandonado por el óvulo evoluciona y se convierte en el cuerpo lúteo formado justo después de la ovulación. Entonces comienza la segunda fase o fase luteínica caracterizada por la secreción de la hormona denominada progesterona que actúa sobre el útero. Éste se modifica: el sistema capilar de la pared se congestiona y se plisa, se arruga, formando como un encaje preparando en la matriz una cuna destinada a recibir el óvulo fecundado.

­—¡El eterno femenino!­— Interrumpió Sol

—¿De qué hablas?— Preguntó Simone un tanto desconcertada

—Perdón, Simone. Me hiciste recordar una escena de una obra de teatro escrita por la mexicana Rosario Castellanos y que tituló “El eterno femenino”, donde la protagonista, Lupita, sueña con la vida que le espera tan pronto se case. En dicha escena, Lupita y una serie de personajes denominadas “señoras”, están discutiendo que, aunque las mujeres mexicanas desde el 18 de enero de 1946 ya tienen derecho al voto, no dejan de estar oprimidas por la faja, por el brassiere, por los zapatos estilo italiano.

—¡Cuéntame más, querida!— declaró Simone mientras recargaba ambos codos en sus rodillas y su rostro reposaba en sus manos empuñadas mientras miraba atentamente a Sol.

—Esclavas del salón de belleza— continuaba Sol —de los tubos y las anchoas, de la pintura para el pelo, de las mascarillas de lodo, la dieta…

Y a propósito de que en la matriz se prepara una cuna para recibir el óvulo fecundado, Sol describió el dialogo que la remitió a dicha imagen:


Lupita: ¿A qué hombre agradaríamos así?

Señora 4: ¿Se trata de agradar siempre a los hombres?

Lupita: No hay otra alternativa, si pensamos que nuestra misión en el mundo es perpetuar a la especie.

Señora 4: Si nos ceñimos a la maternidad como única función, no seremos

indispensables por mucho tiempo. Nos convertiremos en bocas inútiles a las que se dejará morir de hambre en tiempos de escasez; a las que se tratará como objeto de experimentación o de lujo; un objeto superfluo que se desecha cuando llega la hora de hacer la limpieza a fondo.


—¿Te das cuenta, Simone?— Exclamó Sol al terminar de la relatar la escena —Sé que el cuadro suena un tanto apocalíptico, pero pareciera que las mujeres fuimos destinadas a preservar la especie como bien me dijiste al inicio.

Simone que -en su condición feminista, siempre sostuvo que ser madre constataba la supeditación de la mujer a la especie y a la naturaleza mientras que el hombre queda libre de este destino ya que sus atributos genitales no obstaculizan su experiencia individual- dibujó en su rostro un gesto y una sonrisa de complacencia al escuchar que Sol estaba comprendiendo el tema de la menstruación ligado a la posibilidad de la maternidad, y que ambos tienen repercusiones de opresión social, confinamiento y estreches personal. Algo así como si el corsé, que oprime el cuerpo para amoldarlo a modo, fuera el símbolo de la opresión social hacia las mujeres para amoldarlas a modo. Lo que Sol desconocía es que Rosario Castellanos fue una lectora asidua de Simone de Beauvoir, y quizás, la primera conocedora mexicana de “El segundo sexo”, y que en el año de 1971 preparó un discurso llamado “La abnegación, una virtud loca”, que pronunció ante Luis Echeverría Álvarez, presidente de la República en aquel entonces.

—¡Qué interesante!— dijo Simone sorprendida mientras recobraba su postura y miraba hacia la ventana donde atravesaba una luz naranja que iluminaban sus ojos como cuando el sol se refleja en un fino cristal y destellea un luminoso rayo de luz.

—Pero, bueno, me gustaría que continuaras, Simone— dijo solícita Sol.

—Pues bien. Estas transformaciones son irreversibles y en el caso que no haya fecundación esta construcción no se reabsorbe y, cuando se desprenden las secreciones de la capa que cubre por dentro al útero, esto que conocemos comúnmente como ‘flujo vaginal’, se produce una exfoliación de la mucosa, los capilares se abren y una masa sanguínea fluye al exterior. Luego, mientras degenera el cuerpo lúteo, es decir, lo que antes era el folículo que envolvía al óvulo, la mucosa se reconstruye y comienza una nueva fase folicular.

—Alguna explicación debe tener todo el abanico de síntomas y malestares...

—En efecto— asintió Simone. — Este proceso complejo que llamamos menstruación afecta a todo el organismo, ya que se acompaña con secreciones hormonales que actúan sobre la tiroides y la hipófisis actuando sobre el sistema nervioso central, apareciendo dolores de cabeza intensos y el sistema vegetativo, y por consiguiente sobre las vísceras. Casi todas las mujeres, más del 85%, presentan trastornos durante este periodo ya que disminuye el control automático del sistema central, lo que libera reflejos, complejos convulsivos que se traducen por un humor inestable: la mujer se muestra más emotiva, más nerviosa, más irritable que de costumbre. La tensión arterial sube antes de que comience el sangrado y baja después; la velocidad del pulso y a menudo la temperatura aumentan; el abdomen se vuelve doloroso; muchas mujeres presentan dolor de garganta y algunos trastornos de la vista y el oído; la secreción del sudor aumenta y se acompaña al comienzo de las reglas con un olor sui géneris que puede ser muy fuerte y durar toda la menstruación.

—Tal parece que la dominación de la especie solo ha puesto sus ojos sobre nosotros, las mujeres— Replicó Sol —De tal manera que los varones tienen una vida sexual que se integra normalmente a su existencia individual. En la historia de nosotras las mujeres es mucho más compleja.

—Ese determinismo biológico, mi querida Sol, ha sido el fundamento para ningunear a la mujer, para estigmatizarla, para colocarla en un nivel inferior y débil. Se nos ha confinado a la preservación de la especie y socialmente hablando nos han constituido al mundo doméstico, a lo privado donde no tenemos incidencia política, además, dadas las circunstancias, nuestro periodo menstrual pertenece a ese ámbito de lo privado, de lo tabú, de lo prohibido, de aquello que causa escozor, y ello, incluso, entre las mismas mujeres.

—Ahora comprendo que el periodo menstrual va más allá de lo privado, que incide en lo público. La privacidad nos ha enseñado que nos tenemos que cuidar, ser pulcras y evitar las ocasiones incómodas como las que me han tocado vivir. Pero no es así. La menstruación es parte de nuestra vida, de nuestro cuerpo, es personal, y lo personal no deja de ser político. Puedo tener todos los síntomas, pero no puedo volver a sentir vergüenza, ni pena, ni pudor, ni tengo que preocuparme si mancho mis prendas. Porque sentir todo eso es una forma de otorgar más poder a un mundo dominado por varones. En mi cuerpo mando yo.


Mientras Sol dilucidaba todas sus ideas en un soliloquio, a lo lejos, muy a lo lejos se escuchaba un golpeteo insistente alternando con un timbrar. Los sonidos se acercaban cada vez más y se entremezclaban con la música. Sol tenía la mirada fija con el “segundo sexo” abierto entre sus manos. La melodía había llegado a su fin y los golpes y el timbrar se hicieron más fuertes. De repente levantó la mirada y volteó en ambas direcciones. Estaba sola y observaba lo que su mirada atrapaba de cada espacio de su apartamento. Volviendo en sí, rápidamente reaccionó, se levantó de su sofá y se dirigió hacia la puerta que seguían golpeando con insistencia. Y al abrirla…

—¡Victoria!

 
 
 

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