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Infancias trans, ¿disforia de género o exclusión social?

El reciente caso de Stormy, el niño trans, que se hizo viral en redes sociales ha causado controversia en la opinión pública principalmente por las declaraciones del padre, Matthew Stubings, quien afirma que desde los 18 meses comenzó a mostrar signos de “disforia de género” que, según DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, por su siglas en inglés) de la Asociación Americana Psiquiátrica, “es la sensación de incomodidad o angustia que pueden sentir las personas cuya identidad de género difiere del sexo con el que nació y sus características físicas inherentes a ello”. En una publicación de LinkedIn dijo que su hijo trans, antes conocido como Emerald, odiaba los vestidos y agarrarse el cabello en una coleta. Su madre, Klara Jeynes, asegura que cuando Stormy tenía tres años le confesó directamente que no se sentía como una niña, sino como un niño. De acuerdo con las declaraciones de los padres, originarios de Inglaterra, fue en ese momento que aceptaron la identidad de su hijo. Actualmente Stormy tiene cuatro años, y aunque no ha comenzado una reasignación de sexo por recomendación de una clínica, conforme ha pasado el tiempo ha comenzado a vivir como un niño trans en su vida cotidiana.


El caso de Stormy no es el único. Por mencionar algunos tenemos el caso de Danni, el niño de Inglaterra, que a los tres años intentó cortarse el pene en su desesperación por ser una niña. Sus padres, después de buscar ayuda con especialistas, descubrieron que su hijo no era el único con disforia de género y que muy poco se sabía al respecto. Zoey, de U.S.A., la niña que a los cuatro años preguntó a su madre “¿por qué Dios le había dado el cuerpo equivocado?” Cuando manifestó que siempre quiso ser una chica, fue víctima de bullying, a tal grado que a los ocho años sentía deseos de morir. A los 10 años comenzó su transición. Luana (Argentina), su madre se dio cuenta de su disforia cuando apenas con tres años, se ponía camisetas en la cabeza simulando el cabello largo y cuando comenzó a hablar, entre sus primeras palabras dijo “mamá, soy nena”. En 2013, se convirtió en la persona más joven de su país en adoptar el género con el que se identifica.


Los principales planteamientos que la opinión pública expresó indignadamente en el caso de Stormy fueron: ¿Puede un infante a tan temprana edad -o más bien- tiene capacidad de decidir por sí mismo sobre su sexo? ¿Dónde queda la responsabilidad los padres de orientar a sus hijos e hijas y de cuidar su salud física y mental? ¿No será todo esto consecuencia de las prácticas discursivas de lo queer (cuir) encarnada por la comunidad trans? ¿A caso no es violencia apoyar la transición de género y/o sexual de la infancia?


En el primer planteamiento debemos señalar que no se trata de una decisión como tal, sino de sensaciones o sentimientos, y por lo tanto, no debemos olvidar que los infantes son honestos al expresar de diversas formas lo que realmente sienten, no sin exceptuar a aquellos que viven violencia dentro de sus hogares y que los lleva a reprimirlos. Un infante puede no tener una capacidad razonable de decisión a temprana edad, pero de lo que sí es plenamente seguro, es de lo que sucede en su interior. No se trata de si un niño gusta de las muñecas o vestidos o de que una niña guste de cochecitos o de Max Steel porque eso obedece más bien a estereotipos de género impuestos por un sistema social. En este sentido, es irrelevante y hasta necio fundamentar que un niño “quiere” ser niña o viceversa por tener gustos distintos a los asignados heteronormativamente a su género. Puede a una niña gustarle vestir como un niño y no necesariamente por querer ser niño y viceversa. De lo que realmente se trata es de las sensaciones o los sentimientos que experimentan con el sexo que nacieron. Es en este punto donde enmarcamos el segundo planteamiento sobre la responsabilidad de los padres. ¿En qué sentido? En que como padres se debe tener la capacidad de escucha y comprensión sobre los sentimientos y sensaciones que sus hijas e hijos les manifiesten, ser atentos, buscar orientación profesional y olvidarse de prejuicios sociales y religiosos. No obstante, otra responsabilidad no menos importante es informarse adecuadamente sobre temas de diversidad sexual y las implicaciones que todo eso conlleva. A este respecto, es importante recalcar que la diversidad sexual siempre ha existido y que dadas las luchas sociales por la inclusión y el reconocimiento de la diversidad sexual, las minorías comienzan a visibilizarse aunque con ciertas dificultades, por lo tanto, sustentar que por las prácticas discursivas de lo queer (cuir) ahora hay cierta propensión a motivar la transición de infantes que presentan disforia de género, es un absurdo. No se trata de alentar la transición de los infantes, ni de dejarse llevar por aquello que uno entienda como indicio de una disforia, sino más bien, de ser mesurado y agotar los recursos y buscar lo más adecuado y pertinente para cada caso en específico. No hacerlo, sí sería violentar a las niñas y niños que atraviesan por una situación como las expuestas. Y con esto último abordamos los últimos dos planteamientos.


De acuerdo con lo anterior, apresurarse en emitir un juicio “en favor de las niñas y niños” enjuiciando a los padres por irresponsables, culpar a la comunidad trans y argumentar que apoyar la transición es violentar a la infancia, podrían ser síntomas conscientes o inconscientes de un rechazo a la diversidad sexual y la aversión por lo distintamente fuera del sistema heteronormativo sexo-genérico binario. Referente a esto, Jack Halberstam, hombre trans, profesor de Estudios de Género y de inglés en la Universidad de Columbia, sostiene que, gracias a los movimientos gais y lesbianos apoyados por la comunidad trans, la Asociación de Psiquiatría en América eliminaba la homosexualidad de su Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales a comienzos de la década de los setenta, mientras que el “trastorno”de la identidad de género siguió en la lista hasta hace poco en el año 2013, sin embargo, la atención ahora se ha enfocado a lo que llaman “disforia de género”, y lo que no se tiene en cuenta aquí es que el malestar de una persona hacia su identidad de género puede ser también el resultado de la exclusión social heteronormalizada o la violencia familiar. Por consiguiente, deberíamos comenzar por ahí, centrando la atención en aquello que es patologizante y excluyente y no creando juicios morales o juicios heteronormativos. Y ni que decir hacia aquella infancia que por su precaria condición socioeconómica es en sí misma marginada y abyecta y que pueda experimentar que el cuerpo con el que nacieron no les pertenece.

 
 
 

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