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La importancia de conocer el contexto histórico y geo-político de los relatos bíblicos.

Pretexto y contexto del relato de los patriarcas en los orígenes de Israel


Introducción


La occidentalización en gran sector de la aldea global creyente y un afán desmedido por la historicidad de relatos, narrativas o “historias” ha creado una especie de esquizofrenia epistemológica que ha cerrado la puerta de la comprensión razonable a eventos y cosmovisiones de otras épocas remotamente distantes en tiempo y espacio del mundo contemporáneo. En este sentido la Biblia ha sido vista y leída en muchos sectores desde el aquí y el ahora, desde la base de pensamiento occidental y esperanzas historicistas. La lectura literalista ha generado una interpretación del mundo, y de la realidad circundante, llena de magia, intervencionismos divinos y un falso y engañoso fideísmo, además de una percepción de las escrituras llena de fantasías. La comprensión y lectura adecuada de la Biblia puede llevarnos a una visión razonable de la fe con bases sólidas siempre y cuando podamos conocer su contexto, tiempo y espacio. En este breve escrito hago un repaso del sentido y objeto del relato de la genealogía patriarcal de los orígenes de Israel como un pueblo. Ello tiene como intención develar lo que hay detrás de esos relatos y conocer la importancia de conocer el contexto geográfico-temporal, así como conocer las implicaciones circunstanciales que rodearon esa “historia”. La comprensión de una lectura bíblica apoyada en otras disciplinas como la arqueología o la historia crítica, nos ayudan a entender el sentido contextual y el pre-texto de un relato.


Descripción del relato de los patriarcas de Israel.


Abraham fue el primero de los patriarcas y el destinatario de una promesa divina de territorios y descendencia numerosa trasmitida de generación en generación a su hijo Isaac, así hasta Jacob (Israel) que terminarían siendo patriarcas. Judá, uno de los hijos de Israel tuvo el privilegio de gobernar sobre todos. La narración bíblica de los patriarcas es un relato de familia. Es también un relato universal y filosófico acerca de la relación entre Dios y la humanidad. Es la historia de Dios que elige una nación; de la eterna promesa divina de tierra, prosperidad y engrandecimiento.


Las historias de los patriarcas constituyen un vigoroso logro literario desde casi cualquier punto de vista —histórico, psicológico o espiritual—. Pero ¿son unos anales fidedignos del nacimiento del pueblo de Israel? ¿Hay alguna prueba de que los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob —y las matriarcas Sara, Rebeca, Lía y Raquel— vivieron realmente? (Finkelstein y Silberman, 2003, p. 44).


El Génesis describe a Abraham como el arquetipo de un hombre de fe y patriarca familiar. Originario de Ur, en el sur de Mesopotamia, reasentado con su familia en la ciudad de Jarán a orillas de uno de los afluentes del Eufrates. La familia de Abraham fue el origen de todas las naciones de la región.


Dios prometió otro hijo a Abraham, además de Ismael, y fue entonces que Sara, su esposa, dio a luz a Isaac quien alcanzando la madurez viajo por las proximidades meridionales de la ciudad de Berseba y se casó con Rebeca quien dio a luz a Esaú y Jacob. A pesar de la primogenitura de Esaú, fue a Jacob a quien Isaac le concedió dicha primogenitura mediante un fraude cometido por su madre. Más tarde, Dios mismo confirmó la herencia de Jacob.


Yo soy el Señor, Dios de Abraham, tu padre, y Dios de Isaac. La tierra en que yaces te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás a occidente y oriente, al norte y al sur. Por ti y por tu descendencia todos los pueblos del mundo serán benditos. (Gen, 28, 13-14).


Desposando a las dos hijas de Labán, engendró once hijos: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón y José; y más tarde a Benjamín. Mientras tanto, Jacob regresó a Canaán quien en camino luchó con una enigmática figura y Dios le cambió el nombre por Israel (el que ha luchado con Dios). La familia se iba convirtiendo poco a poco en un clan que acabaría transformándose en nación. José, quien fue despreciado por sus hermanos, fue vendido como esclavo y llegó a Egipto y se convirtió en visir del soberano egipcio. Finalmente, sus hermanos y padre se reunieron con él como consecuencia de la hambruna. Ya en su lecho de muerte, Jacob entrega la primogenitura real a Judá, y los hijos de Israel, permanecieron en Egipto.


Análisis y conclusión.


Una lectura historicista a vuelo de pájaro de la descripción anterior ha llevado a un sinnúmero de erradas percepciones sobre “la historia” de Israel, al grado de que había una fehaciente convicción de que los patriarcas eran figuras históricas como tal; de hecho, esperaban de las investigaciones arqueológicas su confirmación. Los datos bíblicos aportaban información cronológica valiosa y concreta que podían ayudar a ubicar exactamente el momento de la vida de los patriarcas, sin embargo, a pesar de las conjeturas y posibles coincidencias, la búsqueda de los patriarcas históricos no llegó a tener éxito, pues ninguno de los periodos próximos a las fechas sugeridas por la Biblia ofrecía un trasfondo totalmente compatible con los relatos bíblicos. La supuesta migración de Mesopotamia a Canaán (migración amorrea), en la cual se situaba la llegada de Abraham con su familia resultó ser una ilusión. La arqueología desmintió un movimiento demográfico masivo y repentino.


El fallido empeño por buscar evidencia de la historicidad de los patriarcas fue parecido a un círculo vicioso. Las teorías académicas sobre la era de los patriarcas pasaban, en función de los descubrimientos, de mediados del tercer milenio a.C. a finales de este, principios o mediados del segundo y la Edad de Hierro antiguo. El principal problema que las investigaciones aceptaban como fiables respecto a las descripciones bíblicas era que creían erróneamente que la era patriarcal debía contemplarse como la fase más temprana de una historia secuencial de Israel, es decir, como un relato cronológicamente ordenado. Tal convencimiento lo expresaba “El dominico francés Roland de Vaux, biblista y arqueólogo, cuando escribía, por ejemplo: «Si la fe histórica de Israel no está fundada en la historia, será errónea, y por tanto, también lo será nuestra fe»” (Finkelstein y Silberman, 2003, p. 51).


Los especialistas habían identificado las crónicas patriarcales escritas en una fecha tardía, en tiempos de la monarquía (ss. X-VIII a.C.) e incluso en los días del exilio y posteriores (VI-V a.C.) Recientemente, los biblistas Seters y Thompson postularon que, aunque los textos posteriores contenían algunas tradiciones anteriores, la selección y organización de los relatos, más que preservar una crónica histórica fiable, expresaba un mensaje claro de los editores bíblicos en el momento de la compilación. (Cf. Finkelstein y Silberman, 2003, p. 53)

Los anacronismos en los relatos patriarcales son mucho más importantes para la datación y la comprensión del significado y el contexto histórico que la búsqueda de cálculos beduinos o matemáticos antiguos referentes a las edades y genealogías de los patriarcas.


Así, la descripción de camellos, productos árabes, filisteos o ciudades como Guerar u otros lugares y naciones mencionadas en las historias del Génesis acerca de los patriarcas, resulta altamente significativa. Todo esto apunta hacia una fecha de composición posterior de siglos a la época en que, según la Biblia, vivieron los patriarcas. Algunos anacronismos más plantean un período fuerte de redacción de las crónicas patriarcales en los ss. VIII y VII a.C.


Los datos arrojados por las investigaciones y la arqueología nos sugieren que las genealogías de los patriarcas y las numerosas naciones surgidas de sus citas, matrimonios y relaciones familiares nos ofrecen un mapa humano del antiguo Oriente Próximo desde un punto de vista que es inconfundible el de los reinos de Israel y Judá en los ss. VIII y VII a.C. “En los relatos de los patriarcas aparecen también claramente reflejadas las relaciones de Israel y Judá con sus vecinos orientales”. (Finkelstein y Silberman, 2003, p. 55). Esos relatos nos ofrecen un comentario sutil sobre asuntos políticos de la región en los periodos asirio y neobabilonio.


Para Judá, algunos pueblos de origen nómada eran de suma importancia en el sistema de comercio. Pueblos de los desiertos del sur y del este. De la tribu de Ismael, los quedaritas, mencionados en documentos asirios (finales del s. VIII). Adbeel y Nebayot, representan grupos del norte de Arabia mencionados en inscripciones asirias a finales del s. VIII y VII. Y Tema en Arabia noroccidental mencionado en fuentes asirias y babilonias ss. VIII y VII. El Génesis revelan también una inequívoca familiaridad con la situación y la fama de los imperios asirios y babilonios de los siglos IX-VI a.C. Se menciona a Nínive y Calaj, capitales del imperio asirio, respectivamente.


El biblista alemán Martín Noth sostuvo hace tiempo que las informaciones sobre los primeros tiempos de la existencia de Israel —los relatos de los patriarcas, el éxodo y las andanzas por el Sinaí— no fueron compuestas en origen como una epopeya única. Según su teoría, eran tradiciones distintas de tribus particulares reunidas en una narración conjunta al servicio de la causa de la unificación política de la población israelita, dispersa y heterogénea. De acuerdo con su opinión, el foco geográfico de cada uno de los ciclos narrativos, en particular de los patriarcas, ofrece una clave importante para saber dónde tuvo lugar la composición —no necesariamente los sucesos— del relato. (Finkelstein y Silberman, 2003, p. 58).


A pesar de que Judá fuera un reinado aislado con poca población hasta el siglo VIII y que realmente no tuviera tal envergadura, la elección Abraham, sin duda, tuvo como objeto resaltar una especie de superioridad de Judá; sin embargo, después de la aniquilación del reino de Israel por el imperio asirio en 720 a.C., Judá experimentó un enorme crecimiento demográfico y surgió como una potencia significativa.


De difícil comprensión es pensar que el papel de Abraham es unificar las tradiciones septentrionales y meridionales para tender un puente entre norte y sur; y Las tradiciones patriarcales deben considerarse como una especie de prehistoria piadosa se Israel en la que Judá tuvo una función decisiva.



La gran genialidad de los creadores de esta epopeya nacional en el siglo VII consistió en entretejer los relatos antiguos sin despojarlos de su humanidad o su peculiaridad individual. Abraham, Isaac y Jacob siguen siendo al mismo tiempo retratos espirituales vividos y antepasados metafóricos del pueblo de Israel.


Los avances de las ciencias modernas y el acceso que han dado a las investigaciones han contribuido en gran medida a la comprensión de los textos bíblicos. La contribución que de ello se emana en los estudios judaicos coadyuva en la comprensión de su cosmovisión y entender el engranaje de su historia como un pueblo que ha construido su identidad a “golpe de mazo”. Asimismo, y de manera global, contribuye en la exégesis y destitución de los fundamentalismos religiosos y en una deconstrucción de una fe razonable. Por otro lado, y teniendo como puente lo estudios judaicos de la antigüedad, conocer el mundo de Medio Oriente a partir del sentimiento de unidad nacional del mundo judío, nos ayuda a entender de manera radical los conflictos religiosos, sociales y políticos que hoy día se viven en tierras bíblicas y sus alrededores, no como un mero bagaje cultural y de inflación informacional, sino de reflexión activa en la búsqueda de soluciones concretas.

BIBLIOGRAFÍA

Finkelstein, I. & Asher, N. (2003). La Biblia desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados. Madrid: SIGLO XXI.

 
 
 

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