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Escatología en clave posmoderna.

Actualizado: 29 may 2020

ÉL ENGENDRA EN NOSOTROS A SU HIJO… “ENTONCES, ES LA PLENITUD DEL TIEMPO”


Introducción

La esperanza escatológica basada en la idea de la vida en el más allá, ha mermado la riqueza y esencia de la narrativa cristiana al limitarla a una categoría retributiva que socava la posibilidad de una vida en plenitud aquí y ahora; la vida terrena es entendida como el camino de paso donde se construyen méritos para alcanzar un cielo o un infierno prometidos. En este sentido, hay un mayor interés por “asegurar” una vida eterna incierta que por descubrir el sentido de esta vida. Una relectura de la escatología cristiana en clave posmoderna, nos ayuda a dar un giro copernicano en la concepción de éste dogma y abre un horizonte de esperanza no-futurista, sino presente. En esta ocasión, me ha llamado la atención el Sermón XI Implentum est tempus Elizabeth del mayor representante del misticismo alemán, el Maestro Eckhart que aunque vivió en la época de transición de la alta a la baja Edad Media (1285-1345) donde el misticismo alemán obedecía a que una nueva forma de pensar de aquel tiempo, tendía a debilitar la intensidad de la experiencia religiosa; sin embargo, creo que el Sermón XI tiene mucho de esa intensidad, si no religiosa, sí mística. En este breve ensayo siguiendo el Sermón de Eckhart, intentaré un ejercicio hermenéutico en la que tomaré elementos clave para una escatología posmoderna centrándome principalmente en las novísimas infierno, purgatorio y cielo. Para tal efecto, tomando una de las tesis principales de Eckhart que reza así: “Cuando uno, en medio del tiempo, ha puesto su corazón en la eternidad y todas las cosas temporales han muerto en su fuero íntimo, entonces es la «plenitud del tiempo»”, dividiré el cuerpo principal de este ensayo en tres apartados: I Cuando uno, en medio del tiempo… (Infierno); II … ha puesto su corazón en la eternidad… (Purgatorio); y III … y todas las cosas temporales han muerto en su fuero íntimo, entonces es la «plenitud del tiempo» (Cielo). He decido usar ese orden comenzando por el infierno, porque es precisamente en esa etapa del tiempo donde en la experiencia de desgarro, provoca que el hombre fije su mente en las cosas de arriba.

I. Cuando uno, en medio del tiempo… (Infierno)

Eckhart, recordando a San Agustín, hace mención de tres cosas que impiden al hombre conocer a Dios de algún modo: “Cuando uno, en medio del tiempo…, la corporalidad y la multiplicidad: “Débese a la concupiscencia del alma el que quiera agarrar y poseer muchas cosas y por ello extiende la mano hacia el tiempo y la corporalidad y la multiplicidad y al hacerlo pierde justamente lo que posee. Pues mientras hay en tu interior más y más cosas, Dios no puede nunca morar ni obrar dentro de ti”. Ese apetito desenfrenado del deseo de poseer “cosas” por parte del alma precisamente son aquellas del fuero íntimo, consideraciones internas en las que el hombre ha fincado todo aquello que le brinda seguridad, estabilidad, inclusive las cosas mismas que le causan inquietud, preocupación, lo mismo que sus creencias religiosas y todo aquello que implique orden y eviten caos; es en el Cronos avasallante donde se encuentra cautiva el alma en la temporalidad, donde inicia el camino hacia la muerte que causa angustia, y donde la experiencia de desgarro le acompaña “en este valle de lágrimas”. Cuando el alma en la corporalidad apetece desenfrenadamente en el tiempo, no encuentra satisfacción porque en el fuero íntimo habita la insatisfacción; todo lo que hay en la temporalidad es caduco, y por tal, renueva el deseo de poseer desmedidamente, así, la multiplicidad aparece en escena. El vientre del alma donde debiera engendrarse el Hijo, se encuentra totalmente ocupada por lo poseído. Así todas estas “cosas” ocupan el alma impidiendo que Dios engendre a su Hijo en ella y que Dios obre y more en ti. En este sentido, el hombre ha pecado porque ha deseado y poseído su propia condenación aquí y ahora donde ha construido su propio infierno que es un “lugar” sin Dios. La frase “Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 8, 12) cobra sentido, porque es precisamente la concupiscencia en la multiplicidad la que inconmensurablemente lleva al alma a desear y poseer más. Eckhart dice: “Ambicionan muchas cosas y pretenden otro tanto […]. Quien busca o ambiciona una cosa cualquiera recibe la nada” y es en esta nada de la temporalidad donde encuentra desesperación al no encontrar lo que ambiciona.

II … ha puesto su corazón en la eternidad… (Purgatorio)

No obstante lo anterior, Eckhart cita nuevamente a San Agustín: “Si Dios ha de entrar, esas cosas siempre deben ser expulsadas, a no ser que tú las poseas de forma mejor y más elevada, en el sentido de que dentro de ti, la multiplicidad se haya convertido en uno. Entonces, cuanto mayor sea la multiplicidad en tu fuero íntimo, tanta más unidad habrá, pues una cosa será trocada en la otra”. El Maestro Eckhart dice: “Si somos levantados por encima de todas las cosas, y si todo cuanto hay en nuestro interior se halla igualmente elevado, nada nos oprime”. Ambos plantean que Dios puede entrar (al alma) si las cosas que se poseen se encuentran igualmente elevadas porque así nada nos oprime. Esto podría llamarlo yo como la antesala al cielo Kairológico, o lo que comúnmente se conoce como purgatorio. En el apartado anterior vimos que, lo que por la concupiscencia el alma desea o ambiciona poseer, lleva al hombre a su condenación en el infierno en virtud de que se vuelve esclavo de las cosas que posee y no hay cabida para Dios, por tanto “oprimen” por estar en el ámbito de lo temporal y por encima del hombre. Por “elevar” entendámoslo cuando dice Eckhart “Cuando uno, en medio del tiempo, ha puesto su corazón en la eternidad”, es decir, si hemos fijado “las mentes en las cosas de arriba” (Col 3, 2) esto quiere decir que las “cosas” que poseemos al llevarlas al mismo nivel, al nivel del cielo, no pueden ya ser parte del tiempo, sino de la atemporalidad, y si recordamos que la atemporalidad es la plenitud del tiempo, podríamos decir con Eckhart “Si yo tendiera con pureza hacia Dios, de modo que no hubiese nada por encima de mí a excepción de Dios, nada me resultaría pesado y yo no me afligiría tan rápidamente”, y para reafirmarlo también cita a San Agustín: “Señor, si me dirijo hacia ti, se me quitan cualquier molestia, pena y trabajo”. Así, lo que no es pesado es ligero; sí hay aflicción, pero esta no sería rápida; hay molestias, pena y trabajo, pero se quitan; es decir, en la contracción del tiempo pueden existir aflicciones por causa de las “cosas” que hemos poseído, pero por estar en la no-existencia del tiempo estás aflicciones son -si se me permite usar el término- “mermadas”. Así pues, las “cosas” que causan cierta aflicción purgan el alma. Para ilustrar lo anterior, cito la metáfora completa del fuego y el leño que Eckhart escribe en su Sermón:


"Así también es la intención de Dios dársenos completamente. Sucede de la misma manera que cuando el fuego quiere asimilar el leño y asimilarse a su vez al leño, entonces descubre que el leño le es desigual. Por esta razón le hace falta tener tiempo. Primero calienta y caldea al leña y luego, éste humea y crepita porque es desigual al fuego; y después, cuanto más se caliente el leño, tanto más calmo y tranquilo se pondrá y cuanto más iguale al fuego, tanto más pacífico será hasta convertirse totalmente en fuego. Si el fuego ha de asimilar al leño, toda la desigualdad debe ser expulsada".


Exacto, el purgatorio sería el proceso de asimilación del nacimiento del Hijo en el alma porque ciertamente las “cosas” afligen porque ocupan, aunque ya no totalmente por estar en la atemporalidad, el vientre donde se ha de engendrar el Hijo. En otras palabras el purgatorio sería el proceso de vaciamiento del alma una vez que se“… ha puesto su corazón en la eternidad…”.

III … y todas las cosas temporales han muerto en su fuero íntimo entonces es «la plenitud del tiempo» (Cielo)

Así comienza el Sermón: “Para Isabel llegó el tiempo (de su alumbramiento) y dio a luz a un hijo. Su nombre es Juan. Entonces dijo a la gente: ¿Qué maravilla llegará a ser este niño? Pues la mano de Dios está con él” (Lc 1, 57; 63; 66). Posteriormente prosigue con un texto de Juan: “Éste es el don máximo, que somos hijos de Dios y que Él engendra en nosotros a su Hijo” (1 Jn 3, 1). Para Eckhart quien pretenda ser hijo de Dios, de su alma solo debe nacer el Hijo de Dios y no engendrar nada más, y de ahí surge la gracia, es decir, cuando nace el Hijo en nosotros, nace la gracia y ese nacer de la gracia se da cuando ha llegado el tiempo. Así como a Isabel le llegó el tiempo, al hombre le llega su tiempo. La llegada del tiempo, dice Eckhart, “es la plenitud del tiempo cuando ya no existe el tiempo”. Eckhart entiende que dentro del mismo tiempo se da una no-existencia del tiempo, una contracción, un retener el tiempo en el que se realiza el nacimiento del Hijo, que es la plenitud del tiempo. El nacimiento del Hijo es alegría y por eso dice: “Quien se alegra por encima del tiempo y fuera del tiempo, éste se alegra todo el tiempo” porque esta alegría es kairológica, una alegría que por no estar en el tiempo es eterna. San Agustín dice: “Si hemos ido más allá del tiempo y de las cosas temporales, somos libres y siempre alegres, y entonces se da la plenitud del tiempo. El apartado anterior fue la antesala de éste, es decir, del cielo. Así pues, el que Dios engendre a su Hijo en nosotros, implica la expulsión de las otras “cosas” porque el nacimiento del Hijo, dice Eckhart, “llena por completo, tocas todos los extremos y no falta en ninguna parte; tiene anchura y longitud, altura y profundidad”, es decir, “abarca tres clases de conocimiento: sensitivo, racional y la potencia noble del alma que aprehende a Dios en su propia esencia desnuda”. Esta potencia del alma, según Eckhart, no tiene ninguna cosa en común con nada, de nada hace algo y todo, es decir, es creativa porque ha aprehendido la esencia desnuda de Dios que es creadora, y que por el nacimiento de su Hijo en nuestra alma nos recrea y posibilita porque se nos ha dado en plenitud, pero previo a ello debe haber un anonadamiento, un vaciamiento total del alma “porque no hay nada tan encubierto que no se haya de descubrir” (Mt 10, 26). Es aquí que las tres cosas que impiden al hombre que puedan reconocer a Dios, cobran un sentido diferente, porque el tiempo deja de existir; la corporalidad al conocer la desnudez de Dios, experimenta el Eros en un dinamismo de mutua donación; la multiplicidad, según San Agustín, “se convierten en uno”.

Eckhart dice: “No debemos saber nada de la nada y no hemos de tener nada en común con la nada. Todas las criaturas son pura nada. Lo que no está ni acá ni allá, y donde existe el olvido de todas las criaturas, allí hay plenitud de todo ser”. El vaciamiento, la anonadés total es el cielo Kairológico, porque, según Eckhart:


“Cualquiera que sea el estado en que nos encontremos, sea en la capacidad o en la incapacidad, sea en el amor o en la pena, cualquier cosa hacia la cual nos veamos inclinado, de todo esto debemos despojarnos […]. Quien no busca ni ambiciona nada fuera de Dios solo, a éste Dios le descubre y da todo cuanto tiene escondido en su corazón divino para que le sea tan propio como es propiedad de Dios, ni más ni menos, con tal de que tienda inmediatamente hacia Dios solo”


Y ciertamente el Hijo de Dios cuando nace en el hombre, se convierte a su vez, en el Salvador no solo de su alma, sino de todo cuanto es, concretando su redención aquí y ahora. El nacimiento del Hijo es la experiencia de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1) “… y todas las cosas temporales han muerto en su fuero íntimo, entonces es la «plenitud del tiempo»” porque hemos llegado al final de los tiempos, y la gracia se hace presente.

Conclusión

Tengo la impresión que tanto San Agustín como el Maestro Eckhart, fueron una especie de teólogos y filósofos proto-posmodernos que siguen hablándonos en el mundo contemporáneo, que además de sumergirnos en el interior de su episteme, nos revelan su actualidad.


Quisiera concluir con la última parte del Sermón del Maestro Eckhart, que en clave escatológica posmoderna, sintetiza nuestro breve recorrido:


“Cuando llegó la plenitud del tiempo, nació la gracia. Que Dios nos ayude para que todas las cosas sean acabadas en nosotros a fin de que la gracia divina nazca en nuestro interior”

Por tal, “Cuando uno, en medio del tiempo (infierno), ha puesto su corazón en la eternidad (purgatorio) y todas las cosas temporales han muerto en su fuero íntimo, entonces es la plenitud del tiempo (cielo) es una simultaneidad en el Kairós.



 
 
 

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